Adelanto exclusivo del libro de Marie-Monique Robin, la periodista francesa que investigó los crímenes de la ESMA y que ahora desnuda al gigante de los transgénicos. Una de las compañías más polémicas del mundo que acumula una infinidad de procesos penales debido a la toxicidad de sus productos.
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La “sojización” del país. Para Monsanto la crisis argentina es una oportunidad que supera sus mayores esperanzas. La soja Roundup Ready se expande como un reguero de pólvora desde La Pampa hacia el norte por las provincias del Chaco, Santiago del Estero, Salta y Formosa. Mientras que en 1971 los cultivos de oleaginosas sólo representaban 37.000 hectáreas, pasan a ser 8.300.000 en 2000, 9.800.000 en 2001, 11.600.000 en 2002, para llegar a los 16 millones de hectáreas en 2007, esto es, el 60% de las tierras cultivadas. El fenómeno es de tal envergadura que se habla de “sojización” del país, un neologismo que designa una profunda reestructuración del mundo agrícola, cuyos funestos efectos no tardarán en manifestarse.
En un primer momento, cuando la crisis abate la economía nacional, se dispara el precio de la tierra porque se ha convertido en un valor refugio que permite inversiones tan fructíferas como rápidas. “En mi sector”, cuenta Héctor Barchetta, “el precio de la hectárea pasó de 2.000 a 8.000 dólares. Los productores más frágiles acabaron por vender, lo que provocó una concentración de la propiedad inmobiliaria.”
De hecho, la superficie media de las explotaciones de La Pampa pasó en una década de 250 a 538 hectáreas, mientras que el número de granjas se reducía un 30%. Según el censo agrícola realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), entre 1991 y 2001 quebraron 150.000 campesinos, 103.000 de ellos tras la llegada de la soja transgénica. En esta misma fecha unos 6.000 propietarios poseían la mitad de las tierras cultivadas del país, mientras que 16 millones de hectáreas pertenecían ya a extranjeros, un proceso que se ha acentuado todavía más después.
“Asistimos a una expansión sin precedentes del agrobusiness, de la agricultura industrial dirigida a la exportación, en detrimento de la agricultura familiar, que desaparece”, se lamenta Eduardo Buzzi, presidente de la Federación Agraria Argentina. “Los campesinos que se marchan son reemplazados por actores que no provienen del mundo agrícola: se trata de fondos de pensión o de inversores que invierten su dinero en ‘consorcios de semillas’ y que se lanzan al monocultivo de la soja Roundup Ready, en colaboración con multinacionales como Cargill o Monsanto. Todo ello en detrimento de los cultivos alimenticios.”
De hecho, mientras que la soja Roundup Ready prosigue su imparable avance y transforma al antiguo granero del mundo en un productor de forraje para el ganado europeo, las producciones alimenticias desaparecen. Según fuentes oficiales, de 1996-1997 a 2001-2002 el número de tambos, explotaciones lecheras, se redujo un 27%, y por primera vez en su historia, el país de las vacas tuvo que importar leche de Uruguay. Igualmente, la producción de arroz descendió un 44%; la del maíz, un 26%; la del girasol, un 34%; la de la carne porcina, un 36%.
Este movimiento fue acompañado de una subida vertiginosa del precio de los productos básicos de consumo: por ejemplo, en 2003 el precio de la harina subió un 162%, el de las lentejas (muy apreciadas en la cocina nacional), un 272% o el del arroz, un 130%. “El argentino medio come mucho peor que hace treinta años”, subraya Walter Pengue, “y lo irónico del caso es que se nos anima a cambiar la leche y la carne de vaca, que siempre han formado parte de la dieta nacional, por leche y bistecs de soja...”.
Lo que cuenta el agrónomo argentino no es una broma de mal gusto, sino una realidad. En un país en el que el dulce de leche y la carne de vaca son ingredientes esenciales del patrimonio cultural, el propio secretario de Agricultura, Miguel Campos, se apresura a proporcionar una “buena dirección” de un “restaurante sojero” en Buenos Aires. A continuación elogia la generosidad del programa Soja Solidaria lanzado en 2002 por la AAPRESID, que decidió “ayudar” a su manera a los 10 millones de marginados que sufrían desnutrición, de ellos un niño de cada seis. La idea es simple: “Dar un kilo de soja por cada tonelada exportada”.
La campaña fue apoyada por los grandes medios de comunicación, que no dudaron en presentar Soja Solidaria como una “idea brillante que va a cambiar la historia”. Por lo que se refiere al ineludible Héctor Huergo, director del suplemento Clarín Rural, anima al gobierno a “sustituir los actuales programas de ayuda social por una cadena solidaria de coste cero gracias a una red de distribución de soja, uno de los alimentos más completos que basta con hacer que entre en nuestra cultura”.
Para ello, los promotores de los OGM (organismos genéticamente modificados) no escatimaron medios: gracias al gasoil proporcionado gratuitamente por Chevron-Texaco se entregaron cargamentos de soja a cientos de comedores populares y escolares de los barrios desfavorecidos y de chabolas, a las residencias de ancianos, hospitales y a cuantas obras de caridad había en Argentina.
Por todo el país se crearon talleres en los que unos voluntarios (en la Universidad Católica de Córdoba se habla incluso de “brigadistas de la soja”) enseñan a unos “cocineros” cómo fabricar “leche”, hamburguesas y otras milanesas de soja. Así, en la página web nutri.com se aprende que en Chimbas, en lo más profundo de la provincia de San Juan, un “programa municipal” permitió “formar en el consumo de soja” a 6.000 personas y que se movilizó a 1.000 voluntarios para distribuir “leche de soja” a 12.000 niños...
Cuando Soja Solidaria celebra su primer aniversario, Víctor Trucco, presidente de la AAPRESID, no oculta su satisfacción: “Con el tiempo”, escribe entonces en Clarín, “se recordará el año 2002 como el de la incorporación de la soja a la dieta de los argentinos”. Y hace un balance: “Hemos aportado 700.000 toneladas de soja, que representan 280.000 kilos de proteínas de alto valor u ocho millones de litros de leche, o 2.300.000 kilos de huevos, o un millón y medio de kilos de carne”. Una retahíla muy discutible que se supone oculta un propósito resumido por la página web de Soja Solidaria en una frase que tiene el mérito de la claridad: “El plan ha ayudado a la difusión de la soja en el país”.
Un desastre sanitario. “Mire”, dice malhumorado el doctor Darío Gianfelici al volante de su coche, “plantan soja hasta en los arcenes de la carretera. Durante la estación de las fumigaciones, uno puede acabar completamente empapado, ¡las autoridades sanitarias de este país son completamente irresponsables!”. Cuando lo conozco en abril de 2005, Darío trabaja de médico en Cerrito, una ciudad pequeña de 5.000 habitantes situada a cincuenta kilómetros de Paraná, en la provincia de Entre Ríos. O lo que es lo mismo, en el corazón del imperio de la soja.
En esta región de la pampa, antes famosa por su diversidad agrícola, el cultivo de la oleaginosa ha pasado de 600.000 hectáreas en 2000 a 1.200.000 tres años después. Al mismo tiempo la producción de arroz descendía de 151.000 a 51.700 hectáreas. Un mínimo de dos veces al año los aviones fumigadores o los mosquitos inundan la región de Roundup, a veces hasta la misma puerta de las casas, puesto que aquí la soja Roundup Ready lo ha invadido todo.
“Es como una fiebre, una epidemia”, suspira Darío Gianfelici, que me enseña a través del parabrisas los famosos chorizos. Al no saber ya dónde almacenar los granos porque la infraestructura no era suficiente, los productores inventaron unos silos en forma de chorizo que ahora jalonan los márgenes de las carreteras. Si el doctor se ha convertido en un militante en contra de los OGM no es por una cuestión ideológica, sino porque le preocupa la evolución de las patologías a las que se enfrenta en su consulta. “Yo no sé si la técnica biotecnológica constituye un peligro para la salud”, quiere precisar, “en cambio, denuncio los daños sanitarios que provocan tanto las fumigaciones masivas de Roundup como el consumo abusivo de soja Roundup Ready”.
Y recuerda la toxicidad del glifosato y, sobre todo, como hemos visto, de los surfactantes (esas sustancias inertes que permiten al glifosato penetrar en la planta), como el polioxietileno-amina (PO EA). Ahora bien, más en Argentina que en otros lugares, la publicidad de Monsanto que asegura que el Roundup es “biodegradable y bueno para el medio ambiente” ha llevado a que no se tome ninguna precaución con las fumigaciones que contaminan todo el medio ambiente: el aire, la tierra y las capas freáticas. Aunque el representante del Estado, Miguel Campos, afirma con enorme seguridad que el “Roundup es el herbicida menos tóxico que existe”...
Pero Darío Gianfelici es categórico: “Muchos médicos de la región hemos constatado un aumento muy significativo de las anomalías de la fecundidad (como abortos naturales o muertes fetales precoces), disfunciones de tiroides y del aparato respiratorio (como edemas pulmonares), de las funciones renales o endocrinas, enfermedades hepáticas y dermatológicas o problemas oculares graves. También nos preocupan los efectos que pueden tener los residuos de Roundup que ingieren los consumidores de soja, porque se sabe que algunos surfactantes son perturbadores endocrinos. En la región se ha constatado una cantidad importante de criptorquidias y de hipospadias en los chicos jóvenes y de disfunciones hormonales en las niñas, algunas de las cuales tienen la regla desde la edad de los tres años...”.
Curiosamente, el programa Soja Solidaria fue el primero que provocó que las instituciones se pusieran en guardia en relación no tanto con los OGM como tales sino con los riesgos que suponía para los niños el consumo excesivo de soja. Así es como en julio de 2002 el Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales organizó un foro sobre el tema en el que se recordó que “no se debe llamar ‘leche’ al zumo de soja y que en ningún caso debería reemplazar a esta”.
Los profesionales sanitarios subrayan que la soja es mucho menos rica en calcio que la leche de vaca y que su fuerte concentración en fitatos impide la absorción de metales como el hierro o el cinc por parte del organismo, lo que aumenta el riesgo de anemia. Y, sobre todo, desaconsejan vivamente el consumo de oleaginosas en niños menores de cinco años por una razón que cae por su propio peso: como hemos visto, la soja es rica en isoflavonas, que sirven de sustituto hormonal a las mujeres en la premenopausia y, por lo tanto, pueden provocar importantes problemas hormonales en organismos que están en pleno desarrollo.
“Estamos preparando un auténtico desastre sanitario”, resume Darío Gianfelici, “pero, por desgracia, los poderes públicos no han calibrado lo que está en juego y quienes osan hablar de ello son considerados unos locos que se oponen al bienestar del país”.
Aquel día el doctor tiene una cita en una escuela católica dirigida por unas religiosas alemanas. El imponente caserón rosa ocre de estilo colonial emerge en medio de una vasta extensión de soja. “La semana pasada”, explica la directora, “fumigaron Roundup justo antes de la lluvia. Después hubo un sol muy fuerte que provocó la evaporación. Muchos alumnos empezaron a vomitar y se quejaban de dolor de cabeza”. La religiosa pidió a los servicios sanitarios de la provincia que lo investigaran y estos concluyeron que se trataba de un “virus”... “Sin embargo, analizaron el agua pero no encontraron nada”, precisa la religiosa.
–¿Estudiaron la posibilidad de una intoxicación debida a los productos químicos? –pregunta Darío.
–No –responde Ángela, una maestra–. Cuando apuntamos esta hipótesis, lo negaron categóricamente...
Ángela sabe de qué está hablando. Vive en una casita rodeada de campos de soja. Cada vez que fumigan padece violentas migrañas, irritación en los ojos y dolores articulares. “Hablé con los técnicos”, explica. “Lo único que conseguí es que me avisaran cuando fueran a fumigar el herbicida y durante dos días me voy de casa con mi familia. Me sugirieron que vendiera la casa, pero, ¿para ir adónde? La soja vale más que nuestras vidas...”
Fuente Linea Capital, Misiones, Argentina: http://www.lineacapital.com.ar/?nota=287
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