Por Luis Hernández Navarro
Los precios de los alimentos en el mundo han alcanzado niveles récord. El hambre crece. También las protestas. Las revueltas en el mundo árabe tienen como una de sus causas el enojo ante el incremento en el costo de los comestibles. Con precios altos e inestables de los cereales por los menos hasta 2015, el descontento se extenderá a otras regiones del planeta.
Más de mil 60 millones de personas pasan hambre en el mundo. Sesenta por ciento son mujeres. Cada día mueren por falta de alimentación suficiente, según datos de la Organización de las Naciones Unidas, 24 mil personas. En América Latina la falta de comida afecta a 52.4 millones de personas.
Los fallecimientos no se originan en la escasez de comida, sino en la pobreza y la desigualdad. De acuerdo con el Fondo para la Agricultura y la Alimentación (FAO), cada año se producen alimentos suficientes para dar de comer a 12 mil millones de personas, es decir, el doble de los pobladores que habitan el planeta. Sin embargo, millones de seres humanos no pueden comprarlos o adquirirlos porque no tienen los recursos para hacerlo.
Además de la muerte, la desnutrición crónica también provoca crecimiento deficiente, discapacidades visuales, agotamiento, y propensión a sufrir enfermedades. Las personas con desnutrición grave son incapaces de funcionar siquiera a un nivel básico.
Irónicamente, mil millones de personas en el mundo padecen sobrepeso. En 2015 ese número crecerá 50 por ciento. Cerca de 300 millones son clínicamente obesas. Cada año mueren 2.6 millones de personas por sobrepeso o por obesidad. El mal ha alcanzado proporciones epidémicas a escala mundial. Lejos de disminuir, crece.
Algo debe de estar muy mal en el sistema alimentario mundial cuando la tercera parte de la población sufre graves trastornos nutricionales, sea por escasez de comida o por una deficiente alimentación.
Esa distorsión proviene, en mucho, de la forma en que se producen, distribuyen y consumen los alimentos. La agricultura industrializada y la monopolización de los mercados, el uso intensivo de maquinaria y agua, la utilización de semillas híbridas patentadas en detrimento de las nativas, la aplicación de agroquímicos y la práctica del monocultivo han creado un monstruo. Este monstruo tiene en la producción industrializada de maíz, soya y carne de res tres de sus principales puntales. Si durante muchos años se confrontaron las civilizaciones del trigo, del arroz y del maíz, hoy es abrumadora la expansión de las siembras de maíz y soya, muchas basadas en el uso de semillas genéticamente modificadas.
El precio del maíz en Estados Unidos se ha duplicado en los últimos seis meses. Aumentará aún más el próximo año como resultado de la especulación financiera, la caída de los inventarios y su utilización en la fabricación de biocombustibles. Nuestro vecino del norte es el principal productor y exportador del cereal en el mundo, y nuestro principal abastecedor. Lo que sucede dentro de su frontera agrícola impacta los mercados mundiales y nos afecta a nosotros.
La reservas del grano en Washington se encuentran en su nivel más bajo en 15 años. El requerimiento creciente del cereal para producir etanol es la causa principal de esta disminución. Para elaborar cinco litros del biocombustible se necesitan 230 kilos de maíz, cantidad que alimentaría a un niño durante un año. La industria de los agrocarburantes planea incrementar su demanda este año en 8.4 por ciento.
El precio del maíz impacta el costo de muchos otros alimentos. El cereal es simultáneamente materia prima para elaborar multitud de productos comerciales y comida. Es el endulzante favorito de las empresas refresqueras y la base para producir muchas botanas. Lo mismo alimenta personas, puercos, gallinas y vacas, a pesar de que el ganado vacuno se engordó originalmente con pastos. Es uno de los pilares de industria de la comida rápida. Y ahora hasta mueve automóviles.
El maíz ha devenido en la principal fuente de energía vegetal. Aunque no lo reconozca como tal, Estados Unidos se ha transformado, a su manera, en un pueblo de maíz... genéticamente modificado. Su producción está apoyada por abundantes subsidios estatales. Las subvenciones a su cultivo representan casi la cuarta parte de los pagos federales a los granjeros: unos 19 mil millones de dólares.
La gramínea es el cultivo más importante de México. En 2010 se cosecharon casi 24 millones de toneladas en una superficie de 8.5 millones de hectáreas. Es el cultivo con mayor número de productores: 3.2 millones, en su mayoría ejidales (solo existen 4 millones de productores agrícolas en el país). Alrededor de 90 por ciento de la cosecha es de maíz blanco y se destina al consumo humano.
El aumento en el precio del maíz afectará gravemente la dieta popular. El cereal es elemento central en la identidad de múltiples grupos subalternos, sustento permanente de la población campesina y alimento barato de millones de trabajadores asalariados urbanos.
Aunque declare lo contrario, el gobierno mexicano no está preparado para enfrentar la actual escalada de precios. La situación se ha agravado considerablemente por las heladas que dañaron el ciclo otoño-invierno (la más importante) en Sinaloa, el principal estado productor de la gramínea. En el país no hay inventarios suficientes. Para garantizar el abasto hay que recurrir a importaciones, en un momento de precios elevados, reducción de los inventarios y fronteras cerradas.
Como ha sucedido en otras partes del mundo, la carestía de la vida en México incubará mayor descontento. El cinismo de las autoridades que se niegan a reconocer la gravedad del asunto y su responsabilidad avivará aún más ese malestar.