La escritora realizó presentaciones musicales de The Year of the Flood en Gran Bretaña
No es la ciencia lo que hay que observar, sino a los seres humanos que la usan, alerta
Algunos creen que la naturaleza siempre es benévola y nunca traiciona, dice la poeta canadiense
Londres. The Year of the Flood (El año del diluvio), la nueva novela de Margaret Atwood, presenta una distopía en la que la ciencia ha tenido consecuencias catastróficas sobre el medio ambiente. La novela es su más reciente adición a una obra reconocida y galardonada que abarca ya cinco décadas de poesía, narrativa y crítica. Describe el advenimiento de un inmenso desastre natural que deja pocos sobrevivientes humanos y una horda de animales divididos genéticamente merodeando en un devastado ambiente natural.
Atwood saltó a la fama en 1969 con su primera novela, The Edible Woman (La mujer comestible), escrita cuando vivía en Edmonton, Alberta. Los primeros críticos la catalogaron de alegato feminista, pese a que en ese tiempo la autora fue excluida del movimiento feminista estadounidense.
Su definición de feminismo parece enfocarse en preocupaciones más humanistas, y su idea de las mujeres como iguales pero diferentes tiene más en común con la filosofía feminista francesa de la década de 1970, que celebra la diferencia.
“Lo importante no es quién recoge los calcetines, sino a qué nos referimos al hablar de feminismo –expresa–. ¿Hablamos de las niñas sujetas al tráfico sexual, o de las mujeres de Bangladesh? ¿Hablamos de las mujeres de Europa oriental a quienes les ofrecen trabajo en Occidente y acaban de esclavas sexuales? Si preguntamos si las mujeres son seres humanos, no necesitamos someterlo a votación. Pero de ahí, ¿adónde vamos? ¿Las mujeres son mejores que los hombres? No. ¿Son diferentes? Sí. ¿En qué son diferentes? Todavía estamos tratando de dilucidarlo.”
Albores de un futuro
La ficción de Atwood, celebrada por su rica imaginación, está arraigada en la topografía del mundo real. Escribió su novela más celebrada, The Handmaid’s Tale –sobre un régimen chovinista masculino que mantiene cautivas a las mujeres como reproductoras–, después de un viaje a Kabul en 1978 y también con el régimen autocrático de Irán en mente, The Year of the flood está tan firmemente basada en la geografía que puedo mostrar su ubicación en el mapa, dice la autora.
“Está en la costa este de Estados Unidos… Está tan al sur que el cambio climático le da lluvias y tormentas eléctricas todas las tardes. Tiene que ser una parte plana del mundo para que los océanos se eleven sobre ella.”
Este elemento del mundo real da sustento al argumento de Atwood de su ficción que es más especulativa que científica porque entra en el reino de las posibilidades. “No describo nuestro mundo, pero vamos en esa dirección… Es un futuro cuyos inicios ya están entre nosotros.”
La fauna que describe –follaje genéticamente modificado– no es diferente al de las plantas caseras de tamaño agrandado que ve en Toronto, su ciudad natal, y las crías animales clonadas y divididas, aunque exageradas (leones cruzados con corderos, conejos de un verde fosforescente), recuerdan la ciencia pionera de la oveja Dolly.
¿Es, entonces, un relato de advertencia acerca de la ciencia? Lejos de despreciarlo, Atwood parece totalmente conectada con el mundo de la tecnología de vanguardia: bloguea, aparece en Twitter, y no hace mucho tiempo inventó la Pluma Larga (que le permite autografiar digitalmente sus novelas).
No es un relato sobre un científico loco. No es el Frankenstein de Mary Shelley. La ciencia es una herramienta, como el martillo. Se puede usar para bien o para mal, para construir una casa o asesinar al vecino. Alguna de la biotecnología que aparece en el libro es muy útil. No es la ciencia lo que hay que observar, sino a los seres humanos que la usan.
Su preocupación por el ambiente ingresó apenas hace poco en su literatura, pero siempre ha estado en su vida. Creció en el campo en Canadá, hija de un entomólogo que a la vez amaba y temía el mundo natural. Este temeroso respeto por una naturaleza predatoria y a veces malévola informa buena parte de su obra. Algunas personas creen erróneamente que la naturaleza es muy linda y benévola y que nunca traiciona. En la parte de Canadá donde vivo la gente viene a ver los osos, que no siempre son benévolos y a los que hay que respetar y no andarlos abrazando, porque son bastante impredecibles. Me entristecen las personas que creen que los osos son como Winnie Puh, dulces y juguetones.
La naturaleza, en The Year of the Flood, es descrita en términos casi bíblicos. El grupo ambientalista se hace llamar los Jardineros de Dios, y sus líderes se llaman Adán y Eva; los himnos tienen fuertes matices cristianos; el diluvio y su secuela que constituyen el núcleo de la historia explotan el tema familiar del arca de Noé, y el Jardín se describe como un oasis, semejante a un paraíso.
Atwood afirma que su objetivo no fue celebrar el cristianismo, sino extraer los elementos panteístas de los primeros textos cristianos y de otras religiones; Jesús aparece como un proto-ambientalista, y Buda se presenta también.
Lo que está allí son las partes verdes del cristianismo. Las religiones en general tienen que redescubrir sus raíces. En el hinduismo y el Corán se describe a los animales como iguales. Si uno entra en una catedral y mira las decoraciones del cristianismo temprano, hay plantas trepadoras, animales de aire, mar y tierra pululando por todos los relieves.
Margaret Atwood realiza actualmente una gira de presentaciones musicales de la novela, acompañada de música y venta de recuerdos hechos con elementos reciclados. En una de las más recientes, en la catedral de Manchester, Inglaterra, los himnos fueron entonados por músicos de la comunidad lésbico-gay de la ciudad.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
Foto: Margaret Atwood, el jueves, en la azotea de la librería especializada Waterstones, en LondresFoto Reuters
Arifa Akbar
The Independent
Periódico La Jornada
Sábado 5 de septiembre de 2009, p. 2
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